«Yo nací en una familia de agricultores y ganaderos. Por ende, siempre he tenido un vínculo especial con la tierra. Cuando niña recuerdo gratamente que pastoreaba ovejas, tomaba leche recién ordeñada y comía alimentos frescos de la cosecha del día. Esas experiencias maravillosas marcaron mi vida y fortalecieron mi conexión con el campo.»
«Terminé mis estudios secundarios con gran dificultad, ya que ser madre y estudiante no era una tarea sencilla para una adolescente de 17 años. Pasó el tiempo, y, buscando mejores condiciones de vida para mi familia, dejé el campo y migré a la ciudad. Estas fueron épocas de arduo trabajo sin resultados que me llenen de satisfacción. En ese proceso, llegaría mi segundo hijo, José; y con él, a mis tareas domésticas se le añadieron las terapias físicas. Tuve la suerte de contar con el apoyo económico de mi prima para llevarlo a sus terapias, ya que por ese entonces, nuestra situación económica era precaria.»
«Mi esposo y yo nunca sentimos satisfacción trabajando para otros; y por varios años nos esforzamos para que nuestros emprendimientos despeguen. Pasamos de ser transportistas a comerciantes, de criadores de trucha a acopiadores de cereales y aún con socios de nuestro entorno más cercano, fuimos blanco de estafas y malas intenciones. Es así que, en el 2013, vimos en la quinua y la agroecología una opción para conectarnos con nuestras raíces y hacer de ella nuestro sustento diario. No ha sido fácil, pero ha sido satisfactorio.»